domingo, 27 de mayo de 2012

Retrato de mi madre

Desde pequeña mi madre supo que le gustaban los niños. Sí, era de esas chiquitas que le encantaba jugar a ser la mamá. Iba de casa en casa hasta tener unos cinco pequeños bajo su responsabilidad y entonces empezaba a entretenerse con ellos. Les daba de comer, les cambiaba los pañales, los regañaba y eran felices.

Mi madre fue una joven que no supo aprovechar su físico. Usaba blusas anchas, no se sacaba las cejas, no le gustaba maquillarse y mucho menos arreglarse el cabello. Dígamos que era bien práctica. Aún así tenía varios admiradores.
A sus doce años llegó a Sao Pablo esa tierra que, además de haberle dado un clima tropical, le dio a su primer novio. Ella recuerda que su chico se parecía a Jesús Cristo: ojos azules, cabello castaño largo, nariz respingada y alto. Fue un amor de esos de miradas, cartas y detalles. Fue un amor que solo ellos sabían que existía y que gracias a un encuentro y un descuido resultó en un beso húmedo y suave. Pero toda historia tiene su final. A los seis meses mi abuelo decide irse para Venezuela a seguir intentando suerte. Entonces entre lagrimas mi mamá fue a despedir aquel chico que la había por primera vez le hizo sentir mariposas en el estómago. Después vendrían otros enamorados: Gustavo, Pedro, Oscar y un tal David. Hasta que un día conoció a mi papá.

La familia había instalada una perfumería en un centro comercial. Gastón, amigo de mi madre, fue a visitarla una tarde e iba acompañado de mi papá. No fue amor a primera vista, pero mi padre quedó pensando en esa joven de ojos almendrados y pecas en la nariz. Desde ese momento él no paró de escribirle poemas, mandarle flores e invitarla al cine, a comer o a dar un paseo por la ciudad. De a poco mi papá conquistó su corazón hasta que se hizo oficial el noviazgo. Ninguno se imaginó que después de dos años de relación tendrían una hija, se casarían y luego de quince años el amor se acabaría. Como escribí antes: toda historia tiene un comienzo y un final.

Sin embargo, mi mamá es una optimista. A pesar de los golpes, desilusiones, caídas o malos ratos, ella cree que existe ese amor que muestran en las películas. Que existe un amor para ella. Lindo, tierno y comprensible. Un amor como el que sueña toda mujer. Un amor que cuando llegues a tu casa después de un día estresante te saque la mejor de las sonrisas. Un amor para toda la vida.

Mi madre es de esas mujeres que a pesar de tener muchas preocupaciones encima siempre va a lucir una sonrisa. Es de esas mujeres que cuando llego a la casa a contarle mis problemas y complejos no me juzga, más bien me da ánimo para seguir luchando por mis sueños y no dejarlo todo atrás. Es de esas mujeres que se preocupa por tenerme la cama calientita, la comida lista y un tecito esperándome para hacer el frío más soportable. Es de esas mujeres que antes de despedirse de mí me lanza un "te adoro". Sí, lo sé, es una divina persona.




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